Por Claudio Acevedo
Hay quienes del entorno políticamente cercano del presidente Abinader, hablan o escriben como si todo marchara de maravillas en el gobierno, cuando en realidad hay sombras y nubarrones que oscurecen el buen clima que ha querido crear el joven mandatario alrededor de su gestión.
Bien es sabido que Luis Abinader, es un hombre moralmente íntegro, cuya seriedad es incuestionable y que no fue a la administración pública a hacer fortuna porque ya la había ganado en buena lid y no necesitaba acrecentarla por medios que mancharan su limpia hoja de vida. Quienes lo hemos tratado, aún sea episódicamente, sabemos que es incapaz de entrar en componendas para hacer cosas que lo avergüencen.
Así es el presidente, con una línea de conducta que parece una recta constante, sin torceduras en ningún punto. Pero no todos sus colaboradores en el gobierno son como él ni fueron al tren gubernamental con las mismas intenciones.
Algunos están en el staff gubernamental con otras motivaciones, non santas. Como caza oportunidades de riquezas fáciles y no desperdiciarán ninguna ocasión para enriquecerse de la misma manera que lo hicieron los peledeístas que les antecedieron en esos cargos, de quienes pretendieron ser su negación.
Por eso, el presidente tiene que tener ojo avizor y aguzar los sentidos y la intuición para detectar al ‘cojo sentado y al ciego durmiendo’, no vaya a suceder que sea sorprendido en su buena fe por aquellos en los que depositó su plena confianza.
Pero una cosa es lo que es el presidente y otra cosa son la fuerza y los compromisos que generan los intereses contraídos. De modo, que el jefe de Estado estaría ante la disyuntiva de actuar con complacencia con relación a dichos intereses, y de paso, contradecirse a sí mismo o desmarcarse de aquellos.
Un asunto en el que el presidente no debe perderse es que una parte de sus funcionarios no apostaron por el cambio pregonado por Abinader en el aspecto ético, administrativo e institucional, sino por la continuidad de las viejas prácticas de corruptelas. Para éstos, el cambio sólo tenía que ser de cara, de ‘quítate tú para ponerme yo’.
Esto explica los intentos de algunas ilicitudes que no llegaron a concretarse, no por arrepentimiento de última hora o ánimos correctivos de los organismos supuestamente supervisores y controladores (los cuales han mostrado su inoperancia), sino porque fueron descubiertos y evidenciados públicamente. Gracias a la vigilancia activa y a las denuncias responsables de sectores de la sociedad civil los brotes corruptos no han tenido consecuencias mayores.
Esto equivale a que quien saca una pistola para disparar a matar y luego la esconde, no se hace digno de portar el arma, por la intención homicida. De igual forma, quien sobrevalua, como pasó con las jeringuillas, para luego repartirse la suma abultada, tampoco merece continuar en el puesto, pues constituye un peligro para la salud de las finanzas públicas. Por ende, deben ser escarmentados duramente para dar un ejemplo disuasorio.
Y la verdad es que estos corruptos potenciales, y hasta ahora fallidos, son cachazudos, pues ni siquiera son capaces de respetar que el Gobierno a través del Ministerio Público se encuentra embarcado en una lucha tenaz y recia persecución de la corrupción anterior. Pero eso no les basta ni los disuade para moderar sus apetitos desaseados y mafiosos. Parece que suponen que las penalizaciones se aplican a los otros del otro color, pero no a ellos, porque el látigo está en sus manos y no se van a autoflagelar.
Lo cierto es que los personeros que quieren pasar factura por los aportes y servicios prestados en la campaña, le hacen un gran daño moral y político al Gobierno, al desacreditarlo, desautorizarlo y deslegitimarlo éticamente en sus esfuerzos judiciales y administrativos por adecentar la función pública. Y el mensaje que envían a la opinión pública es:
¿Con cuál moral pretenden combatir lo que ellos mismos intentan practicar y emular?.
Tal comportamiento sólo lleva municiones al bando opositor herido, pero no destruido. Y esto puede verse como una burla a los decires y haceres del presidente Abinader. Quizás esperan que Luis, actúe conforme al proceder perdonador de quien una vez dijo: «Es un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta».
Corresponde al primer mandatario demostrar y convencer con acciones profilácticas de que no está en esa tesitura, arrancando de cuajo las germinaciones que han asomado a la superficie la cabeza de la putrefacción moral.
El autor es: Periodista, editor y corrector
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